18.2.15

Las redes antisociales o eso que pasa a caballo entre dos libros

El día está soleado. Cielo despejado. Turquesa. Puedo ver eso a través de mi ventana. La temperatura es agradable, corre una leve brisa, la justa para disfrutar del sol sin incinerarse en el proceso,
O eso creo. 
Estoy adentro y la persiana está baja. Podría estar afuera, pero la ansiedad me lo impide. De todas las cosas que me preocupan y no deberían hacerlo, una de las peores es mi cuenta de Facebook. En lugar de ser feliz a la intemperie (la intemperie me hace muy feliz), mi cerebro debate incesantemente acerca de la necesidad de mantener abierta la citada cuenta. Y está pasando factura. Me avergüenza admitir que un artilugio cibernético tan estúpido es capaz de darme semejante dolor de estómago. 
¿Publicar o no publicar? Mi vida es lo diametralmente opuesto al pinterest-perfect lifestyle. Solucionamos no admitiendo nada, creando un perfil que podría ser el equivalente actual al pueblo fantasma del Lejano Oeste, o uno en alguna provincia de Argentina por el que ya no pase el ferrocarril. Eso no es desafío. Es el pan de cada día. ¿Revisar o no revisar? Revisar es exponerse a la relevancia de la vida de los demás, que hacen cosas superdivertidas mientras vos vegetás detrás de la persiana baja; no revisar es directamente no existir. Así de crudo. Debo revisar, debo revisar, debo revisardeborevisardeborevisar...
No quiero revisar.
Debes revisar, hija mía (¿?)
Y reconciliarte de una vez con la pesadilla recurrente de "si no lo publicás, no existe". Las cosas pasan igual, aunque no pongas por testigo a tu madre, tu tía, tu compañero de banco en primer grado, el RRPP del boliche de la playa a la que fuiste en 2009, tu mejor amiga y esa que dice ser tu mejor amiga pero en realidad lo que quiere es pedirte prestado el vestido azul y no devolvértelo nunca más.

21.11.13

El grupo

Una mina, que no nombro porque me da una fiebre de cuarentaymuchos grados.

Hola a todos. Bienvenidos una vez más a las reuniones del grupo.
Hoy vamos a hacer un pequeño ejercicio. Primero nos relajaremos respirando profundamente.
Inhalo.
Retengo.
Exhalo.
Busco un ritmo cómodo para mi respiración. Continúo así algunos minutos, hasta sentir que mi mente se serena, se tranquiliza.

...

Perfecto. Ahora quiero que repitan conmigo.
"Me gustaría cogerte salvajemente sobre la mesa del comedor y que te escucharan los vecinos del cuarto de"
Vivimos en el primero a.

...

¿A que no fue difícil? Los felicito, todos nos merecemos un aplauso. Ahora vamos a pensar un poco en ese deseo que acabamos de verbalizar, y que desearíamos materializar.
Me.
Indica el ego, el yo. Soy yo el que desea realizar esa acción, el que tiene el poder para materializarla. Si yo lo creo con todo mi ser y confío y me entrego, el universo generará la oportunidad perfecta para cumplir mis deseos.
Gustaría.
Expresa un deseo profundo y arraigado en todo tu ser, pero a la vez detecto cierto miedo. A la censura, a fallar, a prometer más de lo que se puede dar. Liberate. Los pensamientos negativos conspiran contra tu poder de llevar a cabo la acción que deseas. Sólo es necesario creer, confiar, liberarse.
Cogerte.
Es el acto sexual, teñido de deseo de dominar. Es cogerte, y no cogernos, o coger. Hay sed de poder oculta en esta palabra, que espera la mínima señal para salir y sepultar a tu compañero o compañera bajo las olas de tu impresionante desempeño.
Salvajemente.
Tu instinto animal quiere salir, sacalo.
Sobre la mesa del comedor.
O en el baño, para el caso es lo mismo.
Y que te escucharan los vecinos del cuarto de.
Existe un componente de voyeurismo en esta frase: no sólo quiero cogerte, quiero que todos se enteren que te estoy cogiendo. Esto nos remite directamente al temita anterior del poder, que ya tocamos. Hay un factor de dominación-sumisión dando vueltas, que es importante tener en cuenta para un óptimo desenvolvimiento de la situación.
Es fácil de comprender. Repítanlo en su interior, siéntanse en contacto con ese, su lado más visceral y cavernario. Sientan ese deseo y atesórenlo. Cuídenlo como a un niño pequeño.Siéntanlo. Siéntanlo.

...

Repitámoslo una vez más, todos juntos y en voz alta. Concentrándonos en el objetivo.
"Me gustaría cogerte salvajemente sobre la mesa del comedor y que te escucharan los vecinos del cuarto de"

...

Los felicito. ¿Vieron? Es fácil pedir sexo si tienen a alguien dispuesto. Y si no lo tienen, no se preocupen, siempre hay alguno a su alrededor. No hace falta recurrir a esos libros, chicos. El porno para amas de casa que está de moda no es un buen sustituto para una verga de verdad.
Amén.
Nos vemos la semana que viene. Y traten de poner en práctica todo lo que aprendimos hoy.

14.11.13

Bolivie et les yeux brillants

Quino

Era enero y hacía mucho frío. Ya no recordaba la última vez que había usado shorts y las ojotas estaban atravesando una crisis existencial en el fondo del bolso. No podían decidir si su destino era ser calzado de playa o simple barrera entre los hongos de cualquier baño público y yo.
La Paz, enero de 2009. Momento y lugar en el que oficialmente me obligaron a salir del taper. Un mejunje de adultos, niños, autos, colectivos para asiáticos escuálidos y con enanismo, nadando en una sopa de olores variados, no todos ellos cautivadores. Fascinante a pesar mío. Mi ego cosmopolita y yo queríamos volvernos a Buenos Aires en carácter de urgente, en el primer micro, avión o palanquín que pudiera conseguirse. Todavía sigo sin culparme por eso, no hay nada que me guste más que la ciudad en enero. En fin, visto y considerando que estaba ahí y no había chance de volver a ningún lado, hay que joderse. Ver qué hay y qué se puede sacar en limpio.
Y uno de esos intoxicantes días de olor y superpoblación, en plena city financiera de La Paz, me lo encontré. Vendía libros, clásica y moderna en ediciones baratas. Todo era más pequeño en su mesa: cuentos de bolsillo, novelas achicadas, poesías portables, manuales de química general para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero. Así de chicos. Y en el medio, una tapa amarilla. Pequeña. Con una niña en el medio. Y yo, la vista fija, la boca abierta, el brazo extendido y un "quiero eso" formándose en mi mente. Toda Mafalda, el libro más codiciado de mi infancia, que había ansiado con fervor y nunca había podido pagar, en tamaño para niños de jardín.
"¿La edición está completa?"
"Sí, por supuesto". (Agregar aquí una muletilla del vendedor, dijo algo más)
"Setenta bolivianos", en respuesta a mis ojos brillantes.
Rebusqué, pagué y me fui con mi librito. La calle ya no olía tan feo ni me parecía tan atestada de gente. El libro ya no era tan liliputiense, y las ganas de volver no fueron tan grandes. Lo leí entero ese viaje. Varias veces. Lo leí muchas veces en casa, y las noches antes de rendir finales me dedico a él en exclusiva, sin importar cuántos libros más tenga en curso. No es lo más preciado que me llevé del país del norte, hay mil fotos más importantes que eso y toneladas de emociones que vienen antes. Pero le tengo cariño a mi librito encogido. Sin él, no hubiera salido del taper.

7.11.13

Pónganse cómodos

Hace algo de tiempo, en la escuela secundaria, tenía una profesora de lengua ("¡Literatura!" "¡Séigual profe!"). Pobre, a veces me daban ganas de abrazarla. Una cordobesa de armas tomar y aspecto temible. Nunca se sometió a ese invento moderno del alisado definitivo y andaba por la vida con su pelo crespo, negro noche, a pesar de haber ya doblado la esquina de los cincuenta hacía rato.
Esta señora, como ya dije, me despertaba intensos deseos de abrazarla. Porque éramos un curso horrible. Era desgarrador mirarla mientras intentaba transmitir algo de toda su pasión por los libros, y verla fracasar sistemáticamente. Y a mí, desde que tengo memoria un pequeño ratón de biblioteca (bookworm, primera acepción), me dolía. Pobre señora. Aplastada bajo el tsunami de la indiferencia. Pobre.
En fin, esta mujer siempre repetía algo así como: "Los libros nos hacen viajar", o cosas similares. Que, con el tiempo, llegué a la conclusión de que debe estar en una especie de librito que les dan a todas las profesoras de lengua ("¡Literatura!") cuando se reciben. No creo que sea así. Los libros a mí no me hacen viajar, pero ahí están, en el fondo, calladitos y quietitos, esperando a que me acuerde dónde es que leyó esta ridiculez por la que está atravesando carajo, que ni que fuera una novela la vida.
Y qué se yo, algo de crédito tengo que darle a la amazona cordobesa, porque sin saberlo ella plantó la idea del blog. Acá no viajamos, acá mostramos el detrás de escena. Mi detrás de escena, aunque pueden agregar los suyos si así lo desean. Acá fabricamos parásitos. Bookworms, en su segunda acepción.

Que lo disfruten.